Corpus

Corpus

«¿Quién más en el mundo conoce algo como «el cuerpo»? Es el producto más tardío, el más largamente decantado, refinado, desmontado y vuelto a montar de nuestra vieja cultura. Si Occidente es una caída, como pretende su nombre, el cuerpo es el último peso, la punta extrema del peso que se vuelca en esta caída. El cuerpo es la gravedad. Las leyes de la gravitación conciernen a los cuerpos en el espacio. Pero ante todo el cuerpo pesa en sí mismo: en sí mismo ha descendido bajo la ley de esta gravedad propia que lo ha empujado hasta ese punto en que se confunde con su carga. Es decir, con su espesor de muro de prisión, o con su masa de tierra amontonada en la tumba, o bien con la pringosa rigidez de ropa usada, y para acabar, con su peso específico de agua y de hueso — pero siempre, ante todo, a cargo de su caída, venido del éter, caballo negro, bestia de carga.
Arrojado de muy alto, por el Altísimo en persona, en la falsedad de los sentidos, en la malignidad del pecado. Cuerpo indefectiblemente desastroso: eclipse y caída fría de los cuerpos celestes. ¿No nos habremos inventado el cielo con el solo fin de hacer que los cuerpos decaigan?
Sobre todo no creamos haber acabado con ello. Hemos dejado de hablar de pecado, tenemos cuerpos a salvo, cuerpos de salud, de deporte, de placer. Pero quién no es capaz de ver que con ello el desastre se agrava, pues el cuerpo está cada vez más sumido, más abajo y su caída es cada vez más inminente, cada vez más angustiosa. «El cuerpo» es nuestra angustia puesta al desnudo.
Sí, ¿qué civilización ha podido inventar eso? El cuerpo tan desnudo, el cuerpo en fin…»

Jean-Luc Nancy

 

Esta reflexión que abre Jean-Luc Nancy, creo que sirve de preámbulo a nuestra discusión e interés sobre el cuerpo. Podríamos iniciar haciéndonos la pregunta sobre el cuerpo, qué es para nosotros el cuerpo. Yo podría decir que soy especialmente consciente de mi cuerpo cuando me duele, incluso más que cuando obtengo placer de él. Creo que el dolor me hace vulnerable y frágil, siento que caigo, que el peso del dolor se lleva toda la atención y no soy más que eso dolor.

 

Y este cuerpo que se auto-completa, es también una imagen del dolor. Todo el tiempo que se toma el armando para finalmente acomodar su masa en un espacio que le inflige dolor.

 

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1 respuesta

  1. mm Juan M Devia dice:

    La idea de un cuerpo que habita el espacio interno de una casa me hace pensar en las reflexiones de Levy-Strauss acerca del espacio del cuerpo. Para quien «el cuerpo, como centro existencial desde el cual se despliega la espacialidad, no ha de considerarse como una cosa en el espacio objetivo —lo cual es también, de hecho— sino como un sistema de acciones posibles; menos un cuerpo real que un cuerpo virtual, cuyo lugar fenoménico está definido por su tarea y por su situación […] el espacio y el gesto, el espacio y la forma se engendran recíprocamente en una relación dialéctica y móvil. Como una periferia (el espacio) que prolonga e inviste a la vez al hombre no se corresponde con la idea de un dominio separado dentro del cual se mueve». De tal manera el espacio exterior e interior, fluyen a través del cuerpo, y lo transforman al mismo tiempo que este lo transforma.

    Para mí, lo que dice Levy-Strauss implica que el hombre parte de su cuerpo para orientarse en el espacio, y el espacio se configura en torno al cuerpo y sus posibilidades, de tal forma, ambos son dinámicos y construyen una red de percepción en torno al otro.

    Esto resuena con la reflexión de Merleau-Ponty, en cuanto a «la orientación constituida por un acto global del sujeto percipiente, supone una cierta posesión del mundo por mi cuerpo, un medio de actuar de mi cuerpo sobre el mundo. Entre mi cuerpo y el espectáculo del mundo «se establece un pacto que a mi me da el goce del espacio así como otorga a las cosas una potencia directa sobre mi cuerpo»»

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